Qué vemos y qué no vemos en Las Meninas de Velazquez
El cuadro mas famoso del pintor español Velazquez, es quizás Las Meninas. Es un cuadro que casi todos hemos visto en cuanta referencia se haga a este extraordinario artista y es visita obligada de quienes asisten al Museo del Padro en Madrid, donde se encuentra la obra.
Fue pintada en 1656 , fecha razonablemente probable si tenemos en cuenta que la infanta Margarita ( personaje central de la pintura ) nació el 12 de julio de 1651 y aparenta tener unos cinco años de edad. Sin embargo, Velázquez aparece con la Cruz de la Orden de Santiago en su pecho, honor que consiguió en 1659. La mayoría de los expertos coincide en que la cruz fue pintada por el propio artista cuando recibió la distinción.
La sala en donde se desarrolla la escena sería el llamado Cuarto del Príncipe del Alcázar de Madrid, estancia que tenía una escalera al fondo y que se iluminaba por siete ventanas, aunque Velázquez sólo pinta cinco de ellas al acortar la sala.
El Cuarto del Príncipe estaba decorado con pinturas mitológicas, realizadas por Martínez del Mazo copiando originales de Rubens, lienzos que se pueden contemplar al fondo de la estancia, arriba a los laterales del espejo.
En la composición, el maestro nos presenta a once personas, todas ellas documentadas excepto una. La escena está presidida por la infanta Margarita ( 1 ) y a su lado se sitúan las meninas María Agustina Sarmiento ( 3 ) e Isabel de Velasco ( 2 ). En la izquierda se encuentra Velázquez ( 9 )con sus pinceles, ante un enorme lienzo cuyo bastidor podemos observar. En la derecha se hallan los enanos Mari Bárbola ( 4 ) y Nicolasito Pertusato ( 5 ), este último molestando con su pié a un perro de compañía, presumiblemente un Mastín del Pirineo. Tras la infanta observamos a dos personajes más de su pequeña corte: doña Marcela Ulloa ( 6 ) y el desconocido guardadamas ( 7 ). Reflejadas en el espejo están las regias efigies de Felipe IV ( 10 ) y su segunda esposa, Mariana de Austria ( 11 ). La composición se cierra con la figura del aposentador José Nieto ( 8 ).
Las opiniones sobre qué pinta Velázquez son muy diversas. Soehner, con bastante acierto, considera que el pintor nos muestra una escena de la corte. La infanta Margarita ( 1 ) llega, acompañada de su corte, al taller de Velázquez para ver como éste trabaja. Nada más llegar ha pedido agua, por lo que María Sarmiento ( 3 ) le ofrece un búcaro con el que paliar su sed. En ese momento el rey y la reina (10 y 11 ) entran en la estancia, de ahí que algunos personajes detengan su actividad y saluden a sus majestades, como Isabel de Velasco ( 2 ) . Esta idea de tránsito se refuerza con la presencia de la figura del aposentador al fondo ( 8 ) , cuya misión era abrir las puertas de palacio a los reyes, vestido con capa pero sin espada ni sombrero. La pequeña infanta estaba mirando a Nicolasito ( 5 ) , pero se percata de la presencia de sus regios padres y mira de reojo hacia fuera del cuadro. Marcela Ulloa ( 6 ) no se ha dado cuenta de la llegada de los reyes y continúa hablando con el aposentador, al igual que el enano ( 5 ) , que sigue jugando con el perro.
Pero el verdadero misterio está en lo que no se ve, en el cuadro que está pintando Velázquez.
Algunos autores piensan que el pintor sevillano está haciendo un retrato del Rey y de su esposa a gran formato, por lo que los monarcas reflejan sus rostros en el espejo.
Carl Justi considera que nos encontramos ante una instantánea de la vida en palacio, una fotografía de cómo se vivía en la corte de Felipe IV.
El desaparecido catedrático de Perspectiva e ingeniero de caminos Ángel del Campo Francés publicó en el año 1978 un magnífico tratado sobre este cuadro. Bajo el título de La Magia de las Meninas (Madrid 1978), Del Campo Francés desarrollaba en un vasto catálogo de óptica y geometría muchos de los secretos de la obra de Velázquez. Según este catedrático, la solución al problema planteado por el cuadro yacía en el empleo de seis espejos, lo que explica la extraña posición en el espacio interior de la pintura tanto de Velázquez como de la Infanta, las meninas y los Reyes reflejados en el espejo, que, al contrario de lo que siempre se había dicho, no eran los personajes dibujados sobre el lienzo que tiene ante sí Velázquez.
Cinco años antes, el profesor Jacques Lassaigne publicaba un magnífico tratado sobre el cuadro en el que aportaba una de sus verdaderas claves. En Les Ménines (Lausana 1973), Lassaigne demostraba el significado mágico de la obra afirmando que todo el conjunto era en realidad una representación mágica y protectora de la constelación Corona Borealis, en cuyo centro destacaba la infanta Margarita. Si unimos el corazón de las figuras de Velázquez, María Agustina Sarmiento, la Infanta Margarita, Isabel de Velasco y José Nieto, reconstruimos esta constelación cuya finalidad está enfocada claramente a la protección de la Infanta. Precisamente la estrella más brillante de Corona Borealis, la misma que ocupa la Infanta, se llama curiosamente Margarita.
Son muy pocos los que se acuerdan de que, hasta hace pocos años, el cuadro de Las Meninas se exhibía en el madrileño Museo del Prado con un espejo delante. De esta manera, el espectador tenía que dar la espalda al enorme lienzo de 3,18 por 2,76 metros y observarlo a través del espejo. No tardaría en verse casi de una forma mágica e incomprensible dentro de la propia escena.
No es en absoluto algo casual. Nadie sabe hasta qué punto, pero el cuadro, también conocido como La Familia de Felipe IV, es una complejísima estructura pictórica, humana y mágica que en sí misma define el lado más insólito de nuestro pintor más universal. La interpretación de la obra cumbre del sevillano Diego Velázquez da Silva (1599-1660) ha vuelto loco a más de un crítico. El propio Pablo Picasso se encerró en su estudio de Cannes en 1957 y no salió de él hasta conseguir dar con la clave del cuadro: saber dónde se encontraba cada una de las figuras. Y, aun así, tampoco estaba muy convencido de haberlo conseguido. Por ello, después de él, otros expertos se han acercado a Las Meninas con el fin de realizar la autopsia definitiva de este extraño cuadro.
Jonathan Brown piensa que este cuadro fue pintado para remarcar la importancia de la pintura como arte liberal, concretamente como la más noble de las artes. Para ello se basa en la estrecha relación entre el pintor y el monarca, incidiendo en la idea de que el lienzo estaba en el despacho de verano del rey, pieza privada a lo que sólo entraban Felipe IV y sus más directos colaboradores.
En cuanto a la técnica con que Velázquez pinta esta obra maestra -considerada por Luca Giordano "La Teología de la Pintura"- el primer plano está inundado por un potente foco de luz que penetra desde la primera ventana de la derecha. La infanta es el centro del grupo y parece flotar, ya que no vemos sus pies, ocultos en la sombra de su guardainfante. Las figuras de segundo plano quedan en semipenumbra, mientras que en la parte del fondo encontramos un nuevo foco de luz, impactando sobre el aposentador que recorta su silueta sobre la escalera.
La pincelada empleada por Velázquez no puede ser más suelta, trabajando cada uno de los detalles de los vestidos y adornos a base de pinceladas empastadas, que anticipan la pintura impresionista. Predominan las tonalidades plateadas de los vestidos, al tiempo que llama nuestra atención el ritmo marcado por las notas de color rojo que se distribuyen por el lienzo: la Cruz de Santiago, los colores de la paleta de Velázquez, el búcaro, el pañuelo de la infanta y de Isabel de Velasco, para acabar en la mancha roja del traje de Nicolasito.
Pero lo que verdaderamente nos impacta es la sensación atmosférica creada por el pintor, la llamada perspectiva aurea, que otorga profundidad a la escena a través del aire que rodea a cada uno de los personajes y difumina sus contornos, especialmente las figuras del fondo, que se aprecian con unos perfiles más imprecisos y colores menos intensos. También es interesante la forma de conseguir el efecto espacial, creando la sensación de que la sala se continúa en el lienzo, como si los personajes compartieran el espacio con los espectadores. Como bien dice Carl Justi: "No hay cuadro alguno que nos haga olvidar éste".